Resiliencia en la infancia ¿Cómo ayudar al niño a superar las adversidades?
La resiliencia es la capacidad de una persona para sobreponerse a las adversidades que puedan aparecer en su vida (adaptarse a las presiones sociales, superar una pérdida, sobrellevar una enfermedad…). Durante el transcurso de los años pueden ocurrir hechos que no dependen de nosotros mismos, acontecimientos que inevitablemente nos hacen sufrir. Todas las personas podemos tener la capacidad de sobreponernos a estas adversidades, pero conseguir esto de una manera más flexible y eficaz depende, en gran medida, de los recursos que hayamos adquirido desde nuestra infancia. A continuación explicaré una de las estrategias más utilizadas en el ámbito educativo para fortalecer la resiliencia en la infancia.
En primer lugar se ha de tener en cuenta que no todos los niños afrontan las situaciones de una misma manera, esto dependerá de numerosos factores como pueden ser la edad, el propio carácter, el entorno en el que se encuentre, etc., y, por supuesto, dependerá de la situación que han de superar, pues no serán los mismos sentimientos o necesidades las que el niño manifestará ante una muerte, una separación o una enfermedad. De forma general, ante estas adversidades surgirá una emoción de tristeza debido a la pérdida que se ha producido en su vida, pero en cada una de ellas habrá unas necesidades específicas por cubrir que dependerán del hecho en concreto y de lo que rodea al acontecimiento.
A continuación presentaré una herramienta ―de los autores Henderson y Milstein― que ha sido especialmente diseñada para fomentar la resiliencia en la infancia dentro de contextos educativos como pueden ser la escuela y la familia. Se trata de una “rueda” en la que se presentan seis pasos a través de los cuales logrará que el niño adquiera los recursos necesarios para convertirse en una persona capaz de superar las adversidades que se le planteen de una manera eficaz y segura.
En esta receta emocional presentaremos los tres primeros pasos de los que consta la “rueda”; constituyen la parte preventiva, pues tienen la función de parar las conductas de riesgo que pueden llevar a conflictos.
- Fortalecer los vínculos: los niños con vínculos positivos recurren mucho menos a conductas que pueden suponer un riesgo para su salud. ¿Cómo reacciona cuando su hijo le cuenta algún problema que ha tenido en el día? Por ejemplo: ¿cuál es su reacción cuando su hijo le dice que hoy ha tenido una discusión con un amigo? ¿Le da pie a que le explique lo que ha pasado y exprese cómo se siente?
Que el niño sienta que puede confiar en un adulto para hablar abiertamente sobre sus sentimientos, dificultades y problemas diarios le proporcionará seguridad y mitigará el riesgo de buscar apoyos en otros contextos menos beneficiosos para él.
- Fijar límites claros y firmes: explíquele las expectativas que tiene de su conducta, es decir, cómo espera que se comporte y las reglas y normas establecidas: qué tareas domésticas debe hacer en casa, cuáles son los horarios, y cuál es la consecuencia cuando no se cumple alguna de esas obligaciones. Toda esta serie de límites proporcionan al niño seguridad, ya que le permiten saber cómo anticiparse a las consecuencias negativas que conlleva su incumplimiento.
- Enseñar habilidades para la vida: enseñar al niño habilidades de cooperación, resolución de conflictos, manejo del estrés… Para que aprenda esto es fundamental el ejemplo que le muestre, ¿cómo resuelve usted los problemas que le surgen de manera cotidiana? ¿Cree que es un buen ejemplo para que su hijo le imite? ¿Podría mejorarlo en alguna medida? En este punto vuelve a ser fundamental la comunicación con su hijo, observar cómo le expresa sus sentimientos ante las dificultades y ver en qué necesita que usted lo ayude para la resolución de los conflictos.