VERGÜENZA Y MIEDO AL RIDÍCULO CÓMO AYUDAR A SU HIJO A SUPERARLOS
“Ridículo” es un término que mucha gente emplea, pero no para todo el mundo engloba lo mismo; muchas veces escuchamos que alguien es ridículo por cómo viste, por cómo habla, por cómo baila… Estos juicios ocasionan que exista un elevado “miedo al ridículo”, que es un miedo social, ya que para que se produzca debemos estar sometidos a la vista y juicio de los demás. Ahora piense en alguna situación en la que hacer el ridículo le produzca o haya producido miedo, en esos momentos, ¿qué piensa, qué se dice a sí mismo? ¿Qué siente? ¿Cuál es su actitud? ¿Le impulsa a actuar, o, por el contrario, más bien le paraliza? ¿Le gustaría poder enfocar la situación de otra manera? Si quiere disminuir esta sensación de miedo al ridículo, y le gustaría que su hijo también lo hiciera, siga leyendo.
El ser humano es un ser social, necesita relacionarse para sobrevivir. Esta necesidad de aceptación provoca sufrimiento en numerosas ocasiones, ya que son muchas las situaciones en las que parece que debemos estar reafirmando continuamente nuestra valía, y olvidamos que ya somos suficientes tal y como somos, que valemos siempre, independientemente de las circunstancias. El miedo al ridículo, por tanto, es un miedo al rechazo, que en los niños puede reflejarse en actos como: vergüenza a preguntar en clase cuando no entienden algo, timidez a la hora de salir a hacer algún ejercicio por miedo al error, miedo a practicar algunos deportes por no tener una gran destreza…
¿Cómo actuar para reducir la importancia de este miedo al ridículo?
■ La clave está en una sola palabra: REÍR. Es fundamental aprender a reírse de uno mismo, aunque a veces esto nos cuesta por esa sensación de la que hablaba antes de que parece que no podemos permitirnos el error, que todo debe salir siempre según lo planeado. La espontaneidad y la risa son fundamentales para ir restando importancia a los imprevistos, y la única manera de integrarlos en la vida es ir practicando. Al principio quizá ni siquiera le apetezca hacerlo, e incluso se sentirá algo raro o forzado, pero poco a poco irá descubriendo los beneficios que le reporta y cada vez lo hará de forma más natural, ya que lo empezará a vivir así. Es fundamental que usted lo lleve a la práctica, para que su hijo también lo practique, pues si ve que usted se toma con humor las cosas, él también lo hará.
■ INVESTIGUE QUÉ SIENTE. Cuando su hijo le diga que algo le da vergüenza, pregúntele, ¿en qué parte del cuerpo notas esa vergüenza? Puede coger un folio, dibujar una silueta y decirle a su hijo que coloree con el color que quiera la zona en la que nota la vergüenza, y luego puede preguntarle: Del 1 al 10, ¿cómo es de grande esa sensación? ¿Te gustaría que no estuviera ahí? ¿Qué es lo bueno de que esté (debe de dar con alguna ventaja de sentir vergüenza)? ¿Qué haría bob esponja (o cualquier personaje que le guste) para no sentir vergüenza? Ahí estará fomentando también que su hijo busque opciones para superarla, y seguirá trabajando su propia autonomía.
■ EVITE LAS ETIQUETAS. Es muy común escuchar “mi hijo es muy vergonzoso”, “fulanito es muy tímido”, ya sea en boca de familiares, maestros, etc. En muchas ocasiones se hace para disculpar lo que consideramos que es un comportamiento inadecuado (por ejemplo, que lo saluden y no quiera contestar, o no quiera dar dos besos), pero ni con esta finalidad resulta beneficioso, ya que el lenguaje crea realidad, y si el niño escucha este tipo de comentarios, creerá que ser vergonzoso es parte de su esencia, que él es así, y eso lo conducirá a comportarse cada vez de un modo más tímido. Si su hijo se comporta de manera vergonzosa debe reforzar los momentos en los que no lo es, para que sea consciente de que puede y sabe comportarse también de una manera menos tímida.
■ ACTÚE COMO REFERENTE. Puede decirle a su hijo que algo le da vergüenza, por ejemplo, tener que hacer preguntas a gente que no conoce, y poco después, decir a alguien que pase por su lado: “disculpe, sabe cómo se llega a …….Es que creía que lo sabía, pero me he perdido”. Así, su hijo verá que usted vence sus vergüenza y él se verá más fuerte para hacerlo también.
Mucha suerte!
Equipo PQP
Cuento recomendado: http://cuentosparadormir.com/infantiles/cuento/tierra-tragame
Dicen que una vez alguien confundió sus colorados mofletes con dos tomates, y que al ir a arrancarlos, se quemó la mano. Y es que no era para menos, porque Álvaro era el niño con más vergüenza y miedo al ridículo que uno pueda imaginarse; bastaba con que ocurriera cualquier pequeña contrariedad para que se pusiera rojo como una guindilla. Así que el día que le ocurrió algo ridículo de verdad, parecía que iba a estallar de vergüenza.
Álvaro estaba con su amigo Jaime preparando la obra de teatro de “Los tres cerditos”, en la que Jaime participaba. Estuvieron jugando un rato hasta que Álvaro recordó que había invitado esa tarde a Dora, la niña más dulce, guapa y lista de la clase, a merendar a su casa, así que salió corriendo hacia el patio, donde encontró a Dora, y le dijo:
– ¿Qué, vamos a mi casa? puedo darte un bocata de chorizo…
Y justo cuando estaba acabando la frase se dio cuenta de que había olvidado quitarse la careta y el disfraz de cerdito! Dora quedó petrificada, todos a su alrededor comenzaron a reír, y el pobre Álvaro, incapaz de reaccionar, sólo pensó: ¡tierra, trágame!
Al instante, desapareció bajo la tierra y se encontró en un lugar increíble: ¡allí estaban todos los que alguna vez habían deseado que les tragara la tierra! y no era raro , porque casi todos tenían un aspecto verdaderamente ridículo y divertido. Así conoció al atleta que empezó a correr en dirección contraria y creyó haber ganado por mucho, a la señorita calva que perdió la peluca en un estornudo o a la novia que se pisó el vestido y acabó rodando como una albóndiga. Pronto se enteró de que la única forma de escapar de aquel lugar era a través de la risa, pero no de una risa cualquiera: tenía que aprender a reírse de sí mismo. Y era difícil, porque algunos llevaban años allí encerrados, negándose a encontrar divertidos sus momentos de mayor ridículo; pero Álvaro se superó y supo encontrar en aquellos momentos de tanta vergüenza una forma de hacer reír a los demás y darles un poco de alegría. Y cuando se vio a sí mismo con la careta de cerdo, hablando de chorizo con Dora, no pudo dejar de reírse de la situación.
Al momento volvió a estar en el colegio, delante de Dora, justo donde había dejado su frase. Pero esta vez, lejos de ponerse colorado sin saber qué decir, sonrió, se quitó la careta y meneando su traserito de cerdo dijo:
– Venga anímate, que ¡hoy tengo buenos jamones!
Dora y todos los demás encontraron divertidísima la broma, y desde aquel día, Álvaro se convirtió en uno de lo chicos más divertidos del colegio, capaz de reírse y hacer chistes de cualquier cosa que le ocurriera.
Autor.. Pedro Pablo Sacristán